miércoles, 3 de octubre de 2012

Historia de Un Vaso Capítulo 9




Capítulo 9

Abraham intenta convencer a Sara sin tener éxito. Abraham recibe con hospitalidad a tres peregrinos. El Señor convierte a Sara y le bendice, le entrega dos perlas, una para ella y otra para su hijo. Abraham cae a los pies de su Redentor y recibe la última perla. 

1 Después de una noche en vela en que, desesperadamente, procuré convencer a mi amada de posesionarse de su perla, aceptando la salvación representada por aquel vaso, vi el sol surgir trayendo  la luz  del  último  día —víspera de Rosh Hashaná. — Al mirar hacia dentro del vaso en aquella mañana, vi que restaban apenas tres perlas. Al admirarles el brillo, comencé a imaginar que la más brillante sería para mi hijo prometido, la de brillo intermedio sería la de Sara, y la última sería la mía. Ese pensamiento me trajo alivio y esperanza; Pero, al mismo tiempo, comencé a preocuparme con la posibilidad de que llegaran personas procurando obtenerlas; Si viniesen, yo no podría negarles el derecho a ellas.
2 Tomado por esa preocupación, permanecí sentado bajo el Roble de Mambré. En el transcurso del día, me sobrevino un gran estremecimiento cuando vi a lo lejos tres peregrinos que caminaban rumbo a nuestra tienda. Comencé a clamar a Dios que ellos cambiaran de rumbo, pero mis clamores no fueron atendidos. Dominado por una gran amargura, corrí hasta ellos, y, después de postrarme, los invite hacia la sombra.
3 Tomando una vasija con agua, comencé a lavarles los pies, limpiándolos del polvo del camino. Al ver los pies heridos y ampollados de aquéllos hombres, sentí compasión por ellos; Comprendí que habían venido de muy lejos, enfrentando peligros y desafíos, con el propósito de obtener a tiempo las perlas. Vi que ellos eran mucho más merecedores que yo, Sara y nuestro hijo prometido.
4 Al lavar los pies del tercero, mi corazón que hasta entonces estaba afligido, se lleno de paz  y alegría; Imaginaba en aquel momento, cuán terrible sería si aquél tercer peregrino, no se hubiese unido a los dos primeros en aquel trayecto; En ese caso yo estaría obligado a tomar la última perla, subiendo sin mi amada a Salem. Si tuviera yo que pasar por esa experiencia, la perla que simbolizaba la alegría de la salvación, se convertiría para mí en un símbolo de soledad y tristeza, pues la larga vida del cariño de Sara, sería para mí el mayor castigo, como la propia muerte.
5 Después de lavarles los pies, comencé a servirles el alimento que fue especialmente preparado para ellos. Mientras les servía en silencio, estaba yo esperando el momento en que me preguntarían por las perlas. Pero sin revelar ninguna prisa, ellos hablaban sobre la larga caminata que hicieron, sobre las ciudades por donde habían pasado. Yo les pregunté si conocían Salem; Ellos me respondieron afirmativamente, agregando que en aquellos seis años, muchas obras habían sido realizadas en aquélla ciudad, en preparación para una gran fiesta que estaba por realizarse dentro de un año más, por la ocasión de Sukot.
6 Las palabras de aquél tercer peregrino, el más conversador de los tres, comenzaron a traerme, misteriosamente, un sentimiento de esperanza. Al mirar hacia sus ojos azules, Vi que él se parecía a Melquisedec.
7 Recordaba la última promesa hecha por el rey de Salem, cuando el tercer peregrino me preguntó con una sonrisa:
8 —Abram, ¡¿Donde está Sara tu mujer?!—
9 Atónito, le pregunté:
10 — ¿Cómo sabes mi nombre y el nombre de mi esposa?—  
11 El peregrino, me respondió:
12 —No solamente sé vuestros nombres, sino también sé que, de aquí a un año vosotros tendréis un hijo que será llamado Isaac. —
13 Al oír las palabras del visitante, corrí hacia dentro de la tienda a fin de llamar a mi esposa, para que oyese las palabras de aquél peregrino.
14 Al verla, el peregrino le preguntó:
15 — ¿Sara, porqué os reís de mis palabras?—
16 Asustada, Sara, contestó:
17 — ¡Yo no reí mi señor!
18 —No digáis que no reísteis, pues yo os vi riendo dentro de la tienda. — Afirmó el peregrino.
19 Consiente de estar delante de alguien que conocía su interior, Sara le preguntó:
20 — ¡¿Quién eres tú Señor?!
21 — ¡Yo Soy la llama que se desprendió del Fuego del Altar para estar en el vaso de tu esposo! ¡Yo Soy el Mesías, el Yahwéh que sufre humillaciones y desprecios por amor a Su pueblo!—
22 Habiendo hecho esta revelación, el peregrino extendió Sus manos sobre la cabeza de Sara para bendecirla; Solo hasta entonces vi, que ellas estaban marcadas por cicatrices semejantes a las del rey de Salem.
23 El peregrino, con mucha ternura, comenzó a hablar al corazón de mi amada, rescatándola de su caverna de incredulidad:
24 — ¡Sara, valiosa eres a mis ojos! ¡Todo tu pasado de incredulidad e infertilidad está perdonado! ¡Tengo para ti un futuro glorioso, pues tú te con-vertirás en madre de muchos pueblos y naciones!—
25 Después de decir estas palabras, el noble visitante se encaminó hacia el vaso e, inclinándose, tomó de el las tres perlas restantes. Dirigiéndose a Sara,  le entregó dos perlas, y le dijo:
26 —Una es para ti y la otra es para tu hijo Isaac. —
27 Con la vida transformada  por el amor de Yahwéh, Sara se postró agradecida a los pies de aquél peregrino que la había salvado en el último momento de oportunidad. Cuando la vi postrarse sumisa, mi corazón por tantos años afligido, se rompió en lágrimas de alegría y gratitud, y caí a los pies de mi Re-dentor y Rey.
28 Después de consolarnos con la certeza de nuestra eterna salvación, el peregrino me entregó la última perla. Cuando la apreté en mis manos sentí una gran luz de alegría y paz penetrar todo mi ser, y comencé a alabar al Eterno por la certeza de que tendría para siempre a mi lado a mi querida Sara y al hijo de la pro-mesa que, dentro de un año nacería.

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